domingo, 23 de febrero de 2014

Creo.

No creo en el amor posesivo,
en los posesivos,
ni en los poseídos.

No creo en las derrotas,
ni en los tiempos muertos
que juegan a ser “para siempres”.

No creo en el amor destructivo,
en el amor que se alimenta de lágrimas
nacidas del dolor,
de tu dolor,
de sus inseguridades.

No creo en los besos de despedida,
ni en las despedidas,
ni en espadas,
ni en paredes,
mucho menos en poner
a la persona que quieres entre ellos,
simplemente por eso,
porque le quieres.

No creo en los abrazos que oprimen,
ni en las puñaladas aunque sepan dulce.

No creo en el positivismo
con el que os mienten,
en el miedo a estar solo,
en el miedo a ser la oveja
fuera del rebaño.

No creo en la alegría
que os provocan haciéndoos creer
que son lo único que tenéis.

Creo en el amor a primera vista,
en el amor que suma cada parte
y no juega a restar la del otro.

Creo en el amor,
en el amor a las personas
sin distinciones,
ni siquiera de sexo.

También creo en el sexo.

Creo en las sonrisas de bienvenida,
en las sonrisas,
en vuestras sonrisas.

Creo en las heridas que nunca se cierran
pero que enseñar a vivir,
aquellas que nunca dejamos que se cierren.

Creo en la belleza de las mañanas
después de una noche entera escribiendo,
en la música,
en la poesía,
y en los poetas
que me recuerdan
que aunque la música haya parado
he de seguir bailando.

Creo en el amor,
en la libertad,
en el amor a la libertad,
en el amor de verdad.

Creo en la libertad
de decidir cómo, cuándo y con quién,
en la libertad de decidir
si es conmigo y sin ti
o contigo y sin mí.

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