Dos ancianos se suicidan, de la mano, por miedo a separarse.
Me han contado que nos han vuelto a ver por París, de la mano, y que nadie se atrevía a preguntarnos si volvíamos a estar vivos.
¿Cómo vamos a estar vivos con la de besos que nos debemos?
No te atrevas a ponerme una excusa para volver a morir otra vez entre mis brazos, porque estoy harto de amar a tu recuerdo y correr detrás de tu pasado para volver a ser tuyo.
Antes de conocerte ya sabía que el final corría a nuestro cargo y que tras él nadie volvería a nombrarnos.
A partir de hoy todas las islas llevan nuestros nombres y todos los náufragos pedirán que les salvemos, pero nosotros ya no somos.
Me daba pánico sobrevivir, sin ti, mientras desaparecías entre papeles que esperan para ser escritos y que si no lo remedio, pasarán a la historia por no ser más que eso, papeles que serán testigos de nuestro suicidio.
Dame la mano.
Ya no hay vuelta atrás, y para ser sincero, me encanta que sea así.
Nadie nos entenderá. Seremos dos locos medio cuerdos que sonreirán, desde donde estén, a todos esos que dentro de un tiempo se atrevan a decir que nos han vuelto a ver juntos.
Aún me acuerdo cuando me besaste, muerta de miedo, y me confesaste que nunca te habías enamorado. Lo siento por no poder hacer otra cosa que sacarte a bailar, para siempre. Sólo nos enamoramos una vez: tú, de mi vida; yo, de nuestra muerte.
Espero que el viaje sea corto, aunque no me importa cuánto dure si es contigo con quien vuelo, si es contigo con quien muero.
Hasta siempre, mi vida.