domingo, 26 de enero de 2014

A golpe de sueño.

Había bebido.

No era nada extraño porque salía del bar sólo para entrar en otro y seguir buscando respuestas.

Huía de la gente normal,
de la gente que ama por norma,
de las normas en general.

Huía de ella, que sólo seguía viva dentro de él.

Sus pies ya se habían cansado de bailar con la vida más callejera que nadie podría imaginar.
Había bailado hasta sangrar por cada poro y terminar llorando como si cada canción fuese la última.

Cuando llegaba no tenía fuerzas ni para desnudarse antes de caer rendido a su lado.

Allí estaba ella, preciosa, despeinada de esperarle y con los ojos mal pintados de soñarle.
Sonreía como quien sonríe sabiendo que es la última vez, como si no le importara que huyera de ella, aun sabiéndolo.

Él seguía de pie frente a ella, frente a la nada más absoluta que se convertía en mujer a cada golpe de sueño.

Era invierno.
Dentro y fuera de él.
Pero sobrevivía.

Cada noche, en cada bar, se enamoraba; y cada vez más que de la anterior.
Pero todas tenían el mismo defecto, no eran ella.
Por eso volvía a buscar respuestas, donde siempre, sabiendo que hacía tiempo que había olvidado las preguntas, pero no podía dejar de hacerlo. 
No quería.

Su cama, sin ella, se había convertido en un desierto en el que el oasis era de agua salada y al beber morías de sed.

Siempre quiso una vida con ella, y decidió beber.

Sus ganas de vivir fueron las que le mataron.

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