Ha llegado el día
en que respirar ahoga.
La libertad muere en las calles
y todos nos llenamos la boca
de nombrarla, pero no sacia el hambre.
Yo,
mientras tanto sigo mi camino
en este desierto de pensamientos,
y las luces de las ciudades
no alumbran mis hogares,
que siguen ocultos,
que siguen llorando
su propia ausencia.
¿Y qué hacer?
¿Destapar somnolientos sentimientos
y obligarme a seguir caminando
sobre las cenizas de lo que un día fui?
¿Gritar libertad y morir de pie
después de una vida entera
viviendo de rodillas?
Morir.
Renacer.
Yo,
por mi parte, seguiré bailando
en territorio de nadie,
cantando a viva voz
que no os pertenezco,
renaciendo.
Una y mil veces,
Preguntándome por qué la soledad
es el castigo de los solitarios.
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