domingo, 1 de febrero de 2015

Ha llegado el día.

Ha llegado el día 
en que respirar ahoga.

La libertad muere en las calles

y todos nos llenamos la boca 
de nombrarla, pero no sacia el hambre.

Yo, 

mientras tanto sigo mi camino
en este desierto de pensamientos,
y las luces de las ciudades
no alumbran mis hogares,
que siguen ocultos,
que siguen llorando
su propia ausencia.

¿Y qué hacer?


¿Destapar somnolientos sentimientos

y obligarme a seguir caminando
sobre las cenizas de lo que un día fui?

¿Gritar libertad y morir de pie
después de una vida entera
viviendo de rodillas?

Morir.
Renacer.

Yo,
por mi parte, seguiré bailando
en territorio de nadie,
cantando a viva voz
que no os pertenezco,
renaciendo.

Una y mil veces,

Preguntándome por qué la soledad
es el castigo de los solitarios.

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