Suenan tambores de guerra y tú sigues pensando que
esta revolución te pillo a contrapié.
Pasas otro día más en el infierno de sus versos
preguntándote a cada momento si se acuerda de ti o si vendrá alguien que te dé los
buenos días mejor de lo que lo hacía él; pero aunque duela sabes que ese
infierno es tu única patria y su sexo tu bandera.
Mientras subes las escaleras te convences de que
pasarás el resto de tu vida follando porque tienes miedo de hacer el amor, porque siempre estalla.
Metes la llave en la cerradura y esperas unos
segundos para que a él le dé tiempo a ir corriendo y abrir la puerta antes de
que puedas hacerlo tú, pero al igual que ayer eso no pasará. Aun así abres la
puerta con la esperanza de que huela a cena recién hecha y te espere
conteniéndose las ganas de romperte la falda y lanzarse en un viaje en caída
libre hacia el abismo de tus despojos; pero hoy no es tu falda la que quiere
romper, ni tus despojos los que quiere reconstruir.
Tu cama aún huele a sus orgasmos y tú te refugias
en su calor en busca de los pedazos de vida que perdiste en cada batalla que
librasteis en ella.
Mientras el resto de la ciudad duerme, tú te
sueltas el pelo y te preguntas los porqués de aquellas preguntas que nadie
quiso responderte por miedo a cambiar el rumbo de tu vida.
Te desnudas y recorres tu intimidad pensando que
aunque lleguen trapecistas que te enamoren con sus saltos mortales, tú seguirás
siendo la única pregunta sin respuesta.
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